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Remedios de Escalada de San Martín











Remedios de Escalada de San Martín - Por Enrique Yaben


Nació en Buenos Aires el 20 de noviembre de 1797, siendo sus padres D. José Antonio de Escalada, rico comerciante, canciller de la Real Audiencia de 1810, y doña Tomasa de la Quinta Aoiz Riglos y Larrazábal. Esta ilustre familia -ha dicho un historiador- se caracterizó siempre en la colonia y en la república, por el mérito de sus varones y el boato representativo de sus mujeres. Se recuerda entre las familias porteñas el empleador de las veladas y fiestas con que estos señores Escalada mantenían el prestigio de su elevada posición.

Remedios, esposa del general San Martín más tarde, era de una delicadeza exquisita. Su elevado sentido de la dignidad y sus patrióticas virtudes envuelven su recuerdo en un aroma agradable, ocupando un lugar destacado entre las damas de la época, por haber sido la que primero tuvo el noble y patriótico gesto de desprenderse de sus sortijas y aderezos para contribuir a la formación de las huestes patriotas.

Remedios tenia 14 años cuando arribó a nuestras playas el Teniente Coronel de caballería D. José de San Martín, grado adquirido en una interminable serie de combates, ora en la madre patria contra el extranjero invasor, ora en África, guerreando contra la morisca audaz y bravía.

Al llegar a su patria, ofreció su brazo y su espada a la causa emancipadora, y el gobierno de las Provincias Unidas se apresuró a aceptar tan patriótico ofrecimiento, sin soñar acaso, que al hacerlo acababa de armar caballero de la causa americana al más decidido y esforzado paladín, que debía escribir largas páginas brillantes, rebosantes de gloria y exuberantes de nobles ejemplos para las generaciones futuras. Desde el momento en que San Martín ofreció sus servicios al la causa de la independencia, la casa de la familia Escalada, que era un centro de patriotas de la Revolución, le abrió sus puertas y fue uno de los más asiduos concurrentes. Allí conoció a la niña que debía ser después su esposa. El futuro adalid, llegó pobre y sin relaciones, no trayendo más que una buena foja de servicios de España y el propósito de prestar leales y desinteresados servicios a su patria.

José Antonio de Escalada, con clara visión, entrevió en aquel arrogante militar a un general de nota y no tuvo inconvenientes en aceptar los galanteos a su hija, no obstante la diferencia de edad entre ambos, que llegaba casi a 20 años: "ella, niña, no muy alta, delgada y de poca salud; él de edad madura, estatura atlética, robusto y fuerte como un roble".

San Martín al vincularse a esa familia conquistaba posición y atraía a las filas del Escuadrón de Granaderos a Caballo, que estaba organizando, a una pléyade de oficiales, como sus hermanos políticos Manuel y Mariano y sus amigos, los Necochea, Manuel J. Soler, Pacheco, Lavalle, los Olazábal, los Olavarría y otros que llenaron después con su espada páginas admirables en la epopeya americana. Desde que San Martín conoció a Remedios, como él llamaba a su tierna compañera, se enamoró de ella y comenzó el idilio que terminaría en el matrimonio celebrado en forma muy íntima en la Catedral de Buenos Aires, el 12 de septiembre de 1812. Fueron sus testigos "entre otros -dice la partida original- el sargento mayor de Granaderos a Caballo D. Carlos de Alvear y su esposa doña Carmen Quintanilla.

No habían transcurrido tres meses de la fecha en que se celebró la boda, cuando el coronel San Martín recogía su primer laurel en los campos de San Lorenzo, donde, como es sabido, muy poco faltó para que doña Remedios quedase viuda. Desde este instante su talla militar adquiere contornos gigantescos y es el comienzo real de su vida pública que terminaría simultáneamente con los días de su esposa, once años después.

Cuando San Martín marchó a tomar el mando del Ejército del Norte, Remedios quedó en Buenos Aires. Fue en esa época cuando el ilustre soldado sintió los primeros síntomas del grave mal que debía alarmarlo en una gran parte de su agitada existencia, mal que lo obligó a trasladarse a la provincia de Córdoba, al establecimiento de campo de un amigo, reponiéndose algún tiempo después de sus dolencias. Cuando fue designado Gobernador Intendente de la provincia de Cuyo, su esposa lo acompañó en su estadía en Mendoza y apenas llegó ella a esta ciudad, la casa del General se transformó en alegre y hospitalaria, en un centro radioso de la sociedad mendocina, por obra de su exquisita cultura y el prestigio de su bondad y virtudes. A ella concurrían los oficiales y los jóvenes de la localidad que después se agregaron, Palma, Díaz, Correa de Sáa, los Zuloaga y Corvalán, que unidos a los primeros cruzaron la cordillera y formando parte de los vencedores, llegaron hasta la Ciudad de los Virreyes, en el paseo triunfal que realizaron a través de media América.

En el mes de enero de 1817, el Ejército de los Andes emprendió la colosal empresa que debía cubrirlo de laureles y su comandante en jefe dejó el hogar para no volver a él sino de paso, en los entreactos que le permitían sus victorias. Así continuó el andar del tiempo y en 1819, San Martín, que tenía su pensamiento aferrado a la idea de afianzar la independencia de su Patria atacando al enemigo en el centro de su poderío, el Perú, pidió a su esposa que regresara a casa de sus padres y así lo hizo "Remeditos", revelando que era tan tierna como obediente esposa. Ya tenía entonces a su pequeña Mercedes de San Martín, que sería más tarde esposa de D. Mariano Balcarce, única hija del matrimonio, la cual había nacido en Mendoza, en 1816. Acompañáronla en su viaje, su hermano, el Teniente Coronel Mariano de Escalada, y su sobrina Encarnación Demaría, que después fue señora de Lawson.

Remedios de Escalada de San Martín tras su traslado de Mendoza a Buenos Aires vivió en la casa de sus padres, y agravada la enfermedad que padecía, por consejo médico debió trasladarse a una quinta de los alrededores (actual Parque de los Patricios), de propiedad de su medio hermano Bernabé. Abatida y enferma, esperaba siempre la vuelta de su esposo, anunciada tantas veces. La muerte de su padre, acaecida el 16 de noviembre de 1821, agravó su malestar, justamente en los momentos en que el héroe renunciaba a los goces de la victoria y de las delicias del poder, después de la célebre entrevista de Guayaquil, y se retiraba para siempre de la escena política, cerrando su vida pública con un broche de oro, que deberá ser siempre profundamente comprendido por las generaciones futuras, porque su renunciamiento evitó la guerra civil en Sud América que habría destruido la obra emancipadora iniciada en mayo de 1810.

Profundamente atormentada por sus preocupaciones, que facilitaron el desarrollo del terrible mal en su delicado organismo, falleció en la quinta en que se radicó para combatir su enfermedad el 3 de agosto de 1823. San Martín se encontraba en Mendoza y en junio había escrito su última carta a D. Nicolás Rodríguez Peña, en que le decía que habíale llegado el aviso de que su mujer estaba moribunda, cosa que lo tenía de "muy mal humor", pero sus propios males le impidieron llegar a Buenos Aires para recibir de su esposa el postrer beso, antes de iniciar viaje sin retorno.

"Murió como una santa -refería su sobrina Trinidad Demaría de Almeida, que rodeó su lecho en los últimos instantes- pensando en San Martín, que no tardó en llegar algunos meses después, con amargura en el corazón y un desencanto y melancolía que no le abandonaron jamás". De regreso en Buenos Aires, el General San Martín -entre noviembre de 1823 y febrero de 1824- hizo construir un monumento en mármol, en el cementerio de la Recoleta, para depositar en él los restos de su Remeditos, en el que hizo grabar el siguiente epitafio: "AQUI YACE REMEDIOS DE ESCALADA, ESPOSA Y AMIGA DEL GENERAL SAN MARTIN"

Monumento que cubre los restos de la que "fue digna hija, virtuosa esposa, madre amantísima, patricia esclarecida y mujer merecedora del respeto general"

Remedios de Escalada de San Martín figuró en la Sociedad Patriótica, asistió al célebre "complot de los fusiles", en que las damas patricias se propusieron armarun contingente con su peculio particular, y tomó parte en todas las iniciativas promovidas por las mujeres de la época en pro del movimiento emancipador.

El documento que redactan aquellas nobles damas que se propusieron reforzar los contingentes que bregaban por afianzar la independencia nacional, con la famosa empresa llamada el "complot de los fusiles", terminaba con las palabras siguientes: "Yo armé el brazo de ese valiente que aseguró su gloria y nuestra libertad."




.Juana Azurduy













.Juana Azurduy de Padilla; Chuquisaca, 1780 -Jujuy, 1860

Heroína de la independencia del Alto Perú (actual Bolivia). Descendiente de una familia mestiza, quedó huérfana en edad muy temprana. Pasó los primeros años de su vida en un convento de monjas de su provincia natal, la cual fue sede de la Real Audiencia de Charcas.

En 1802 contrajo matrimonio con Manuel Ascencio Padilla, con quien tendría cinco hijos. Tras el estallido de la revolución independentista el 25 de mayo de 1809, Juana y su marido se unieron a los ejércitos populares, creados tras la destitución del virrey y al producirse el nombramiento de Juan Antonio Álvarez como gobernador del territorio. El caso de Juana no fue una excepción; muchas mujeres se incorporaban a la lucha en estos años.

Juana colaboró activamente con su marido para organizar el escuadrón que sería conocido como Los Leales, el cual debía unirse a las tropas enviadas desde Buenos Aires para liberar el Alto Perú. Durante el primer año de lucha, Juana se vio obligada a abandonar a sus hijos y entró en combate en numerosas ocasiones, ya que la reacción realista desde Perú no se hizo esperar. La Audiencia de Charcas quedó dividida en dos zonas, una controlada por la guerrilla y otra por los ejércitos leales al rey de España.

En 1810 se incorporó al ejército libertador de Manuel Belgrano, que quedó muy impresionado por el valor en combate de Juana; en reconocimiento a su labor, Belgrano llegó a entregarle su propia espada. Juana y su esposo participaron en la defensa de Tarabuco, La Laguna y Pomabamba.

Mención especial merece la intervención de Juana en la región de Villar, en el verano de 1816. Su marido tuvo que partir hacia la zona del Chaco y dejó a cargo de su esposa esa región estratégica, conocida también en la época como Hacienda de Villar. Dicha zona fue objeto de los ataques realistas, pero Juana organizó la defensa del territorio y, en una audaz incursión, arrebató ella misma la bandera del regimiento al jefe de las fuerzas enemigas y dirigió la ocupación del Cerro de la Plata. Por esta acción y con los informes favorables de Belgrano, el gobierno de Buenos Aires, en agosto de 1816, decidió otorgar a Juana Azurduy el rango de teniente coronel de las milicias, las cuales eran la base del ejército independentista de la región.

Tras hacerse cargo el general José de San Martín de los ejércitos que pretendían liberar Perú, la estrategia de la guerra cambió. San Martín quería atacar Lima a través del Pacífico, por lo que era necesario, para poder desarrollar su estrategia, la liberación completa de Chile. Esta decisión dejó a la guerrilla del Alto Perú en condiciones muy precarias; Juana y su marido vivieron momentos extremadamente críticos, tanto que sus cuatro hijos mayores murieron de hambre.



23 de octubre de 1868: Muere a los 82 años Mariquita Sánchez de Thompson
















No fue casualidad que Mariquita Sánchez de Thompson tuviera un protagonismo estelar en la vida política y social de la argentina del siglo XIX. Su verdadero nombre dice mucho al respecto: María de Todos los Santos Sánchez de Velazco y Trillo. Esta ostentosa denominación indicaba que Mariquita había nacido en uno de los hogares más prestigiosos de aquel entonces. Era la única hija de don Cecilio Sánchez de Velazco y de doña Magdalena Trillo y Cárdenas, viuda en primeras nupcias de un riquísimo y poderoso comerciante de Buenos Aires llamado Manuel del Arco, cuya fortuna heredará Mariquita.

Nacida el 1º de noviembre de 1786, en la época revolucionaria tenía unos impetuosos veintiséis años. Muchos encuentros de gran relevancia política para los independentistas se realizaban en su casa. Su padre solía realizar las tertulias, hasta su fallecimiento en 1804. La reanudación de los encuentros, que la tuvieron como anfitriona, tuvo un gran significado personal, pues lo hizo junto a su marido, su primo segundo Martín Thompson, con quien se había casado contra la férrea voluntad de su familia.

Junto a Thompson, con quien tuvo cinco hijos, participó activamente de los acontecimientos de aquellos años. En 1820, un año después de enviudar, Mariquita volvió a casarse, esta vez con un emigrante francés, Jean Baptiste Washington de Mendeville, quien se dedicó principalmente a la actividad comercial hasta 1828, cuando logró –gracias a las influencias de su mujer- presidir el consulado de Francia en Buenos Aires.

Pero Mariquita fue más que una influyente mujer. Integró la Sociedad de Beneficencia y luchó por la educación de la mujer. Era una gran lectora, estaba al corriente de cuanto acontecimiento sucediese, y fue una sagaz cronista. En carta a su segundo marido señalaba: “En el diario que he llevado he escrito mil ochocientas sesenta notas. Sin contar cartas particulares. Te puedes imaginar si es broma, a más cuarenta actas: esto es trabajo de cabeza y pluma”.

Así, esta mujer estuvo en boca de cuanto diplomático pisó suelo porteño. Con el correr de los años, Mariquita se había convertido en una verdadera embajadora rioplatense. Para ello, hizo valer el patrimonio heredado, pero también el que supo construir por sí misma. Falleció a los 82 años, el 23 de octubre de 1868.


16 de Octubre de 1793 Fué Guillotinada Maria Antonieta de Austria.










Reseña Histótica.

María Antonieta

(Viena, 1755 - París, 1793) Reina de Francia. Hija de los emperadores de Austria, Francisco I y María Teresa, contrajo matrimonio en 1770 con el delfín de Francia, Luis, que subió al trono en 1774 con el nombre de Luis XVI. Mujer frívola y voluble, de gustos caros y rodeada de una camarilla intrigante, pronto se ganó fama de reaccionaria y despilfarradora. Ejerció una fuerte influencia política sobre su marido (al que nunca amó), ignoró la miseria del pueblo y, con su conducta licenciosa, contribuyó al descrédito de la monarquía en los años anteriores a la Revolución Francesa.

Pero quizá lo que más se recuerda de María Antonieta es su dramático final: detenida junto con el rey y otros nobles cuando trataban de huir de París, fue juzgada por el Tribunal Revolucionario y condenada a morir en la guillotina. A las diez y media de la mañana del día 16 de octubre de 1793, el pintor David, cómodamente instalado en la terraza del café La Régence, en la parisina calle de Saint-Honoré, realizó un apunte del natural de la reina María Antonieta camino del patíbulo. La llevaban sentada en una carreta e iba a ser ejecutada en la guillotina tras más de un año de calvario. El dibujo presenta a la reina como un fantoche patético tocado con una ridícula cofia de fámula bajo la cual asoman unos mechones de pelo lacio. En sus labios, crispados por la agonía, se muestra aún un orgullo que parece desafiar a la plebe. Es un apunte cruel, en el que el artista quiso desposeer a su víctima de todo residuo de esplendor o hermosura, mostrando en ella la fiera cautiva que ya no podría ejercer más sus perversidades. Para la multitud que la contempló ese día, María Antonieta era la encarnación del Mal; para muchos otros fue una reina mártir y un símbolo de la majestad y la entereza. Aquel despojo que David vio pasar rumbo al cadalso había sido, sin duda, una de las reinas más bellas que tuvo Europa y la más primorosa joya de Francia.

Desde su nacimiento en 1755, María Antonieta Josefa Ana de Austria, más conocida como María Antonieta de Austria, había vivido sumergida en la suntuosidad de la corte vienesa, rodeada de atenciones y ternura. Su padre, el emperador Francisco I, la adoraba. La emperatriz María Teresa, como el país entero, estaba embelesada con su hija y no podía negarle ningún capricho. Sus dos diversiones preferidas eran jugar con sus numerosos hermanos por los jardines del palacio de Schoenbrunn y esconderse de sus maestros. El compositor Gluck apenas consiguió hacer de ella una ejecutante mediocre de clavecín, y sus profesores de idiomas sólo lograron que hablara francés bastante mal y que se expresara en alemán correctamente, pero nunca pudieron enseñarle ortografía, porque la princesa se ponía triste y los desarmaba con encantadores mohínes.

A los 12 años supo que iba a ser reina de Francia. Su madre se dispuso a hacer de ella una perfecta princesa parisina y le asignó dos expertos que se ocuparan a fondo de la futura cabeza real: un preceptor eclesiástico y un ilustre peluquero. El primero debía reforzar su fe y su francés; al segundo se le encomendó la no menos delicada misión de edificar en la cabellera de la infanta una versallesca torre dorada llena de bucles. Una semana después, ambos se confesaron derrotados. El preceptor aseguraba que María Antonieta poseía un cerebro ingenioso y despierto, pero rebelde a toda instrucción; el peluquero no podía culminar su obra debido a la frente demasiado alta y abombada de la joven.
A los 14 años, cuando se casó con el duque de Berry, entonces Delfín y futuro rey Luis XVI, María Antonieta era ya una deliciosa muchacha espléndidamente formada, con un exquisito rostro oval, un cutis de color entre el lirio y la rosa, unos ojos azules y vivos capaces de condenar a un santo, un cuello largo y esbelto y un caminar digno de una joven diosa. Para el gusto francés, sólo su boca, pequeña y dotada del desdeñoso labio inferior de los Habsburgo, resultaba desagradable. El escritor inglés Horace Walpole, que apreció sus encantos durante la celebración de una boda, escribió: "Sólo había ojos para María Antonieta. Cuando está de pie o sentada, es la estatua de la belleza; cuando se mueve, es la gracia en persona. Se dice que, cuando danza, no guarda la medida; sin duda, la medida se equivoca..."

El matrimonio con el futuro rey de Francia fue bendecido el 16 de mayo de 1770. Hubo fastos, desfiles, grandiosas fiestas y solemnidades. Poco después, por la noche, no hubo nada. Al menos eso consignaría el Delfín en su diario en la mañana del día 17: "Rien." Una sola y enojosa palabra que seguirá escribiendo durante siete años, hasta que ella tenga el primero de sus cuatro hijos. María Antonieta, vital y poco inclinada a la santidad, se aburría soberanamente con su esposo y pronto comenzó a salir de incógnito por la noche, oculta tras la máscara de terciopelo o el antifaz de satén, y a resarcirse con algo más que simples galanterías.

Reina de Francia

En cuanto al Delfín, era robusto y bondadoso, pero también débil y no demasiado inteligente. Convertido en Luis XVI a los 20 años, María Antonieta escribirá a su madre: "¿Qué va a ser de nosotros? Mi esposo y yo estamos espantados de ser reyes tan jóvenes. Madre del alma, ¡aconseja a tus desgraciados niños en esta hora fatídica!". María Antonieta pronto se convirtió en símbolo escandaloso de la más licenciosa corte de Europa. Trataba de agradar y de obrar con acierto, pero no lo conseguía.

Sus faltas, exageradas por la opinión pública y consideradas como ejemplo vivo del desenfreno de la corte, no fueron otras que su desprecio a la etiqueta francesa, sus extravagancias y la constante búsqueda de placeres en el fastuoso grupo del conde de Artois, así como sus caprichosas interferencias en los asuntos de Estado para encumbrar a sus favoritas. Derrochadora, imprudente y burlona, la prensa clandestina comenzó a pintarla como un ser depravado y vendido a los intereses de la casa de Austria. La calumnia salpicaba su trono, siendo exagerada hasta el paroxismo por los libelos de la Revolución. Según los panfletos, la lista de sus amantes era interminable y sus excesos dignos de una Mesalina. Pronto fue conocida entre el pueblo con el despectivo mote de "la austríaca".
En 1785, un nuevo escándalo atribuido a su codicia vino a deteriorar su ya más que vapuleada fama. Todo el asunto giró alrededor de la más rica joya de la época. El célebre collar, realizado por los mejores orfebres de París para madame Du Barry, favorita del rey Luis XV, era una pieza insuperable. Sus más de mil diamantes, rubíes y esmeraldas parecían haber sido forjados pacientemente por los dioses en las entrañas de la tierra con el único fin de recibir la caricia del oro en un lugar preciso de la joya. Muerta la Du Barry antes de que se diera fin a la obra, la condesa de La Motte, aventurera que servía en la corte y pertenecía al círculo del tenebroso conde Cagliostro, embaucó al cardenal Louis de Rohan, rico y disoluto cortesano caído en desgracia, haciéndole creer que María Antonieta deseaba obtener el magnífico collar y que, no disponiendo del dinero suficiente, estaba dispuesta a firmar un contrato de compra si él lo garantizaba.

El cardenal, deseoso de congraciarse con María Antonieta, se entrevistó con quien creía que era la reina, suplantada por una bella joven apellidada d'Oliva, accedió a su petición y el 1 de febrero de 1785 el collar fue trasladado a Versalles. Pero no llegó a manos de la reina, sino que por una sucesión de intrigas fue a parar a la condesa de La Motte, que desapareció de París con su marido y se dedicó a vender afanosamente las gemas por separado. Una vez descubierta la estafa, la condesa aseguró ser favorita íntima de María Antonieta y esgrimió unas cartas comprometedoras de la reina falsificadas. María Antonieta fue acusada de intrigante y ambiciosa, y aunque el juicio demostró su inocencia, la campaña política orquestada para desprestigiarla tuvo éxito. El cardenal de Rohan fue desterrado, la condesa de La Motte azotada públicamente y su esposo condenado a galeras, pero el castigo ejemplar no pudo borrar el nuevo baldón que había caído sobre la honorabilidad de la reina.

La Revolución

La caída de la monarquía se fraguó en pocos meses. Ni Luis XVI ni María Antonieta comprendieron el carácter de los cambios que se avecinaban, provocando así su propia ruina. Ya no había posibilidades de reconciliación entre el pueblo y el rey. El intento de huida de los monarcas no hizo sino acentuar esta ruptura y patentizar que el país había dado la espalda a la corona.

El conde sueco Axel de Fersen, amante fidelísimo de María Antonieta, se encargó de preparar el plan de fuga con un grupo de selectos y secretos monárquicos. La familia real debía huir de París saliendo de las Tullerías durante la noche por una puerta falsa y dejando una proclama de acentos tradicionales dirigida al pueblo de París: "Volved a vuestro rey; él será siempre vuestro padre, vuestro mejor amigo." Sólo consiguieron llegar hasta Varennes, donde fueron reconocidos y detenidos. Cuando Luis XVI leyó el decreto que le obligaba a regresar, dijo: "Ya no hay rey en Francia". La Asamblea Legislativa no tuvo más remedio que someterse a cabecillas revolucionarios como Robespierre y Danton. No pudo evitar el asalto por las masas de la residencia real, arrebató los poderes al rey y permitió que fuese encarcelado en la torre del Temple. Después, para la realeza, no quedaba sino un trágico epílogo.
María Antonieta acompañó a su esposo a la prisión haciendo gala de un valor que ennobleció su figura, rayana luego en el heroísmo al aceptar con patética serenidad la separación de sus hijos y la ejecución de su esposo en enero de 1793. Trasladada a la Conciergerie siete meses después y encerrada en una celda sin luz ni aire, sin abrigo, vigilada en todo momento por guardias muchas veces borrachos, sus nervios estuvieron a punto de quebrarse en vísperas del juicio. Pero resistió.

Durante el proceso intentó defenderse con sus últimos restos de dignidad, contestó en términos que confundieron a sus crueles enemigos y, ante la acusación suprema de haber corrompido a sus hijos, guardó primero silencio y luego, dirigiéndose hacia el público, exclamó: "¡Apelo a todas las madres que se encuentran aquí!" Las deliberaciones del tribunal duraron tres días y tres noches, siendo por fin declarada culpable de alta traición como "viuda del Capeto". El 16 de octubre de 1793, a media mañana, sería exhibida en carreta por París ante los ojos de la multitud y de Jacques-Louis David, "el pintor de la Revolución".

Ninguna imagen más expresiva ni más elocuente del enorme cambio que se había operado en ella que su famoso dibujo: no hay parecido alguno entre aquella ruina humana que marcha al encuentro de su destino y la mujer que había sido, según apreciara Walpole, la elegancia personificada. Luego subiría lentamente los peldaños del cadalso, redoblarían los tambores, caería la cuchilla y la cabeza ensangrentada, asida por los cabellos por uno de los verdugos, sería mostrada a la multitud vociferante.